Desfilando Rock - II
“¡God Save The Queen!”
Gritaban los ciento cuarenta mil espectadores en el estadio de Wembley mientras aclamaban a la reina: Freddie Mercury. Era 1986 y Queen llenaba por segunda vez consecutiva el estadio más famoso de Reino Unido. Mercury por ese entonces ya no solo se consideraba a él mismo una figura de la realeza, para su público lo era. Fue entonces cuando su show se vio acompañado de una corona y de telas aterciopeladas, una marca personal contundente que se asemejaba al cigarrillo de Slash, el pelo de Robert Smith o el maquillaje de Kiss. Objetos y significados simples que luego se convirtieron en accesorios infaltables del vestuario de algunos rockstar de los 80’s.
El rock por esos años ya había establecido un espectáculo y un lenguaje universal en que el maquillaje y el peinado eran no solo parte de cada artista, sino la razón de serlo. Imposible, por ejemplo, separar a David Bowie de su estética. Capaz de fusionar feminidad y masculinidad en un mismo cuerpo, universos conocidos y desconocidos en una misma vida, todo eso valiéndose de colores, brillos y psicodelia. Si la moda reencarnó alguna vez, lo hizo en Bowie, nadie pudo mutar con tal facilidad y teatralidad desde entonces.
Y es que los años ochenta eran una década de pura libertad y naturalmente de puro acierto. Cada atuendo por anticuado o simple que fuera si caía en las manos del rockstar adecuado, iba a convertirse en una marca, un estilo o un concepto, la bandera de Estados Unidos o de Inglaterra tal vez sea el mayor de los ejemplos. Moda sin ningún tipo de lógica o patrón, diversión hecha tendencia.
N.
*Entrada escrita para blog universitario de moda que planteaba la estética rock como temática principal; otros de los temas abordados fueron el Denim y el Country.
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